Comentario
El esplendor político y cultural que vivió al-Andalus durante el prodigioso siglo del Califato de Córdoba tiene, sin duda, su referente más importante en la ciudad de Madinat al-Zahra, erigida como la materialización urbana del triunfo y consolidación del Estado islámico en la Península. Su construcción se inició en el año 936 ó 940 como parte del programa político, económico e ideológico puesto en marcha por Abd al-Rahman III tras su autoproclamación califal, para hacer valer su nueva condición política frente a un califato rival, el fatimí, cuyo expansionismo por el norte de África amenazaba los intereses omeyas en el Magreb. La ciudad se convirtió en la sede del poder en al-Andalus, albergando la residencia privada del soberano y el conjunto de órganos y servicios de la administración califal.
Pocos años después de su fundación, el acelerado ritmo de las obras hizo posible que pudieran trasladarse al nuevo centro urbano el personal e infraestructura de la casa privada del califa, las instituciones de gobierno, la ceca -donde se acuñaba la moneda- y los talleres estatales -Dar al-Sina'a (Casa de los oficios)- en los que se producían los objetos suntuarios empleados en la corte y el armamento del ejército. La ciudad vivió su momento de máximo esplendor durante los reinados de Abd al-Rahman III -su fundador- y de al-Hakam II, breve espacio de tiempo en que se configuró como un centro de vanguardia artística y científica de primer orden y como un fastuoso escenario para la recepción de embajadas extranjeras.
Comitivas procedentes de Bizancio, de la corte imperial alemana, de los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica y, sobre todo, los jefes de las tribus aliadas de los omeyas en el norte de África, desfilaron por los salones de recepción de al-Zahra convirtiéndose en los mejores propagadores, a nivel internacional, de la autoridad del nuevo Estado y la opulencia de su emblemática ciudad.
Su decadencia se inició muy pronto. Tras la muerte de al-Hakam en el año 976, el poderoso primer ministro del califa adolescente Hisam II, el conocido Almanzor, trasladó todo el aparato administrativo al nuevo centro urbano que había construido al este de Córdoba -Madinat al-Zahira-, convirtiéndose en la nueva sede del gobierno de al-Andalus. Privada de sus funciones esenciales, al-Zahra quedó reducida a una mera residencia privada, la de Hisam II, que al final de su reinado vio cómo se desmoronaba, entre una feroz lucha por el poder, la brillante construcción política de sus antecesores.
De forma paralela a la quiebra del Estado califal, en las primeras décadas del siglo XI se produjo el abandono definitivo de la ciudad y el inicio de las primeras destrucciones, acaecidas entre los años 1010 y 1013. Poco tiempo después comenzó el expolio sistemático de sus materiales más ricos que terminaron en las grandes construcciones oficiales posteriores, islámicas y cristianas, tanto de la Península como del norte de África en un largo proceso que va a alcanzar hasta prácticamente el siglo XVII.
El prestigio alcanzado durante su efímera existencia y los caracteres dramáticos de su abandono y destrucción, vinculados con la desaparición del califato omeya, fueron los elementos básicos para hacer de Madinat al-Zahra un lugar mítico en la historia del Islam occidental. A partir de esta realidad, los historiadores y compiladores islámicos tardíos sentaron las bases para su total idealización. La explicación legendaria de las razones de su fundación como el testimonio de amor de Abd al-Rahman III hacia una muchacha de su servidumbre, de la cuál tomaría nombre la ciudad, junto con las descripciones hiperbólicas y fantásticas de sus edificios y materiales, fueron utilizadas por la historiografía romántica, de la mano del arabista F. J. Simonet, para consolidar y divulgar una imagen de Madinat al-Zahra plagada de tópicos y leyendas que ha ensombrecido durante muchos años su auténtica significación política y simbólica.
El avance experimentado en el conocimiento desde que en 1910 comenzaran las primeras excavaciones ha permitido desmontar esta visión exclusivamente poética y situar a la ciudad en su verdadera dimensión histórica. Así, frente a la imagen de una mera residencia personal surgida del capricho del soberano, sabemos que Madinat al-Zahra fue concebida como un auténtico núcleo urbano de nueva creación que resulta ajeno al urbanismo del mundo hispánico anterior, pues sus referentes son orientales, desde su concepción -inserta en una práctica ideológica y propagandística de larga tradición en Oriente que vincula la más alta dignidad política con la fundación de una ciudad capital-, hasta su trazado -una figura rectangular casi perfecta implantada en la falda de una montaña- y su escala -1.500 m de largo por 745 m. de ancho, con una superficie de 112 ha-.
Hay que señalar, además, que la implantación de Madinat al-Zahra no constituye un fenómeno urbano aislado. Su construcción formó parte de su intenso proceso de urbanización del territorio próximo a Córdoba que experimentó un desarrollo espectacular en todas direcciones, sobre todo en la zona occidental en dirección a la nueva ciudad. Se crearon nuevos arrabales, se ampliaron los ya existentes y se multiplicaron, en los límites de la zona de expansión, las grandes residencias de los altos funcionarios del Estado, asociadas, generalmente, con amplias superficies de explotación agropecuaria.
La creación de la nueva ciudad provocó también la construcción de importantes infraestructuras, algunas levantadas ex novo y otras rehabilitadas, tanto para el aprovisionamiento de materiales constructivos y el abastecimiento de agua como para su comunicación con Córdoba y con el resto de al-Andalus. Al menos diez puentes, algunos de ellos aún conservados, fueron construidos en el territorio que domina la ciudad para su servicio.
El emplazamiento de Madinat al-Zahra fue cuidadosamente buscado. El califa eligió un lugar de singular atractivo paisajístico al NO de Córdoba, a unos 6 km. de su amurallado occidental, en el que una de las estribaciones de Sierra Morena avanza hacia el valle del Guadalquivir, configurando un espolón natural entre dos barrancadas. A caballo entre la sierra y la llanura, este emplazamiento excepcional hizo posible el desarrollo de un programa urbano de construcciones aterrazadas en el que la ubicación de los distintos elementos resultara expresiva del papel de cada una de ellos en el conjunto del que forman parte. La disposición de sus edificios en el interior de la ciudad quiere constituir, pues, un reflejo claro del orden y la jerarquía que gobierna el Estado.
En esta organización, el palacio califal, que combina las funciones de residencia personal y sede de la administración del Estado, ocupó la parte superior de la urbe, en una posición dominante sobre toda la medina y sobre el conjunto del territorio. Dos vastos espacios ajardinados, los más amplios construidos por el Islam en Occidente, separan ambos dominios. La mezquita aljama, en una ubicación intermedia entre el palacio y la ciudad, mantuvo desde el principio una posición secundaria y marginal. El resto de la medina, extendida sobre unas 93 ha., se desarrolló a lo largo de toda la mitad meridional del recinto y aunque se encuentra aún sin excavar, las prospecciones arqueológicas parecen mostrar una planificación urbana precisa donde sólo las franjas extremas, oriental y occidental, fueron edificadas mientras todo el sector correspondiente al frente central del palacio quedó libre de construcciones, como una zona de reserva califal destinada a usos no edificatorios relacionados, probablemente, con actividades de ocio.
En sus grandes rasgos, esta estructura urbana no difiere de la que caracteriza a otros grandes centros islámicos de Oriente y el norte de África: la situación preeminente del palacio en el conjunto de la ciudad, la posición secundaria de la mezquita en relación con aquél, y el aislamiento de la zona palaciega respecto a su entorno próximo mediante grandes espacios abiertos -explanadas y jardines-, son rasgos que comparte con otras ciudades planificadas de fundación califal.
En el interior del palacio, Abd al-Rahman instaló todo el conjunto de su extensa Casa privada, compuesta por su propia residencia personal y la del príncipe heredero, los servidores domésticos, el conjunto de los funcionarios de palacio y el harén.
Aunque no poseemos cifras fidedignas sobre el tamaño de esta Casa privada, no cabe duda que la multiplicidad de empleos y oficios que debió comportar la actividad palaciega al servicio del califa -vislumbrada sólo de forma incompleta a través de los textos y la arqueología-, permite suponer que la vida cotidiana del soberano se regulaba por una minuciosa etiqueta. La superficie aparentemente ocupada por la misma -toda la mitad occidental del palacio sobre unas 8 hectáreas- resulta congruente con el tamaño conocido de las grandes residencias califales abbasíes de Samarra, en el actual Iraq, e incluso de la propia ciudad de El Cairo a finales del siglo X.
En la mitad occidental, las viviendas excavadas muestran una extraordinaria variedad de tipologías y programas constructivos, desde las más suntuosas desde el punto de vista decorativo como la residencia íntima de Abd al-Rahman III, que se alza en la parte más elevada de la ciudad como un auténtico mirador sobre el resto de la urbe, o la llamada vivienda de la alberca, excepcional y novedosa, con jardín y alberca interiores, hasta las más modestas como las que integran el área de servicios donde trabaja la servidumbre que atiende a estos personajes.
Con independencia del muestrario de valores arquitectónicos y decorativos que ofrecen, lo más importante de este sector residencial es la imbricación del conjunto, la relación funcional e inteligible de unas partes con otras que nos permite aproximarnos, mejor que en ningún otro lugar, al conocimiento de cómo se organiza, cómo se estructura y cómo funciona un palacio donde conviven las residencias de los más altos dignatarios del Estado, con los espacios de trabajo doméstico y culinario -servidos por una multitud de sirvientes- y las viviendas de los funcionarios palatinos que organizan y dirigen ese trabajo. No existen espacios vacíos ni la idea de una estructura desarticulada.
Junto a esta organización de carácter residencial, el nuevo palacio califal alojó las instituciones burocráticas y políticas de la administración como la Dar al-Yund (Casa Militar), la Dar al-Wuzara (Casa de los Visires), los órganos de la Secretaría de Estado y los edificios para las recepciones califales, así como las instituciones de gobierno de la ciudad.
La instalación de estos conjuntos, iniciada en la década del 950, provocó la ampliación del palacio hacia el este y significó una profunda transformación urbana en la parte ya edificada, modificando todo el sistema de comunicaciones con el resto de la ciudad. Se renovaron algunos edificios, se condenaron otros y se construyeron nuevos conjuntos, quedando dividido el palacio en los dos grandes sectores que hoy podemos apreciar, el residencial al este y el político-administrativo al oeste.
La materialización arquitectónica de esta ampliación se realizó sobre la base de una tipología de edificios bien conocida: los salones de múltiples naves abiertos a amplios espacios exteriores, que posibilitarán una ordenación adecuada a los recorridos procesionales y al desarrollo de grandes ceremonias en las que la espectacularidad va a convertirse en una característica esencial. Dos de los conjuntos hasta ahora excavados que surgieron de esta ampliación fueron el dedicado a las recepciones políticas y el destinado a la gestión de los asuntos de gobierno.
El primero de ellos, denominado Salón Oriental -identificado hoy con el Salón de Abd al-Rahman III o Salón Rico- fue el escenario donde se celebraron la mayor parte de las recepciones de embajadas y delegaciones extranjeras durante los últimos años de Abd al-Rahman III y a lo largo del todo el reinado de al-Hakam II y el marco en el que se producía la presencia pública del califa con ocasión de las dos grandes fiestas religiosas anuales del Islam. La aparición solemne del califa en estas celebraciones para recibir el acatamiento de los diversos grupos de funcionarios y dirigentes políticos, vino regulada por un protocolo estricto que refleja fielmente, en su orden y disposición, la estructura organizativa del Estado andalusí.
Las cualidades del edificio como espacio de recepción califal se manifestaron no tanto en la concepción de su planta como en su extraordinaria decoración. En este Salón Oriental alcanzó su máximo desarrollo el empleo de una nueva técnica basada en la talla del exorno sobre una piedra distinta a la constructiva, que quedó fijada al paramento como si de su epidermis se tratara. Frente al uso tradicional del yeso en la ornamentación de los muros o la labra de la decoración sobre la propia estructura arquitectónica, característicos de las grandes edificaciones omeyas y abbasíes de Oriente y el norte de África, en Madinat al-Zahra se desarrolla esta decoración superpuesta en placas de caliza que, como un tapiz, se extendió a la totalidad de las superficies.
La fundación de Abd al-Rahman III se convirtió, así, en un excepcional laboratorio artístico donde se produjo la irrupción de nuevas formas decorativas en el Islam occidental. Una pléyade de nuevos artistas al servicio del poder, ajenos al mundo andalusí, crearon un riquísimo repertorio decorativo sin parangón, ni en variedad ni en calidad, con la ornamentación anterior, alcanzando su máxima expresión en este edificio.
El sentido cosmográfico de la ornamentación que muestra este Salón y las connotaciones paradisíacas del conjunto de la terraza donde se emplazó, formaron parte de un programa constructivo que tuvo por objeto la exaltación de la figura califal como jefe supremo, terrenal y espiritual, de la comunidad.
El segundo de los edificios basilicales plantea dudas acerca de su identificación con la Dar al-Yund o la Dar al-Wuzara de los textos, porque su arquitectura sólo evidencia un uso administrativo que hace difícil su caracterización para la gestión de asuntos civiles y militares. De manera hipotética lo identificamos con la sede del consejo de visires. En su interior se expedían y repartían los diplomas y credenciales que certificaban la propiedad o tenencia de determinados territorios y fortalezas, se preparaba el abono de las pagas a los destacamentos del ejército regular y se recompensaban, con regalos de diversas especies y en metálico, los servicios prestados a la seguridad del Estado. Su uso fue, pues, eminentemente funcional como lugar de trabajo y de sesiones, con despachos para los visires y archivos de documentación administrativa y política.
Con esta ampliación del palacio, el Salón Oriental quedó convertido casi matemáticamente en el eje de la ciudad y, por supuesto, en su principal referente simbólico. Desde el planteamiento inicial de un Alcázar presidido por la residencia personal del gobernante, se pasó, finalmente, a construir un modelo de palacio y de ciudad concebido.
El resultado final de estas transformaciones, insertas en una concepción unitaria de la urbe, nos muestra un modelo de ciudad donde se materializan, mejor que en ningún otro lugar, los enunciados de un urbanismo islámico temprano de fundación califal en estado puro, libre de los procesos que en otras ciudades ininterrumpidamente habitadas como El Cairo acabaron distorsionando el modelo inicial, ofreciendo el estereotipo de ciudad densa, abigarrada y aparentemente caótica con que han llegado a nuestros días.
Después de 90 años de trabajos y con el diez por ciento sólo de su superficie a la luz, Madinat al-Zahra ofrece hoy una muestra de la extraordinaria riqueza y diversidad de su arquitectura. Los trabajos desarrollados en la década de los 90 del siglo XX han centrado el esfuerzo en distintos frentes. En el ámbito exterior, el estudio de las relaciones que la ciudad establece con el territorio próximo y especialmente con Córdoba -objeto de interés por los distintos responsables del yacimiento desde los años 20-, ha llevado a la redacción de un Plan Especial de protección para garantizar la defensa de las infraestructuras creadas por el nuevo centro de poder.
En el ámbito urbano de la medina aún no excavada, la utilización de fotografías aéreas y prospecciones geofísicas han permitido una primera aproximación al conocimiento de la estructura organizativa de la ciudad que hay que ir completando en los próximos años definiendo el proceso de urbanización y precisando sus transformaciones, así como las distintas áreas funcionales y las relaciones entre las mismas.
En el ámbito de la zona excavada del palacio los esfuerzos se han diversificado, continuando por un lado líneas de trabajo heredadas e iniciando, por otro, una consolidación sistemática de las viviendas mediante proyectos de intervención integral que permitan la compresión de estos espacios y su integración en el recorrido de visita público.
Es en el terreno de las infraestructuras donde Madinat al-Zahra presenta sus mayores carencias, puesto que la actual responde a las necesidades de los años 20. La falta de infraestructuras para la presentación del yacimiento, para la conservación y exposición de sus materiales -talleres y almacenes-, para la investigación y para la recepción del público, constituyen un handicap serio frena la consolidación de Madinat al-Zahara como centro de investigación y referente cultural de primer orden en el contexto nacional. La convocatoria de un concurso internacional de ideas para la redacción del proyecto de sede institucional del Conjunto Arqueológico, que se ha fallado recientemente, viene a dar respuesta a esta acuciante necesidad y permitirá afrontar el futuro de Madinat al-Zahra con todas las garantías.